El futuro digital ya es una realidad del presente.
La prensa tradicional nunca estuvo ajena a esta perspectiva. Vislumbraba claro el surgimiento de un nuevo ecosistema de la información y, en buena medida, se fue preparando para entroncarse en él.
Los modelos de redacción integrada o de multimedia fueron las primeras señales de que la vía digital era la opción inevitable, aunque esto lastimara el síndrome del legado de una tradición periodística y generara legítimas resistencias.
Progresivamente los diarios impresos fueron haciendo los ajustes de lugar como parte del reacomodo a una situación que implicaría nuevas formas y escenarios para el ejercicio del periodismo.
La razón más elocuente era que, en una época de rápidos cambios tecnológicos aplicados a la comunicación, las mayores audiencias se formaban y crecían a la vez que se acostumbraban a ver buscar noticias y otros contenidos por la vía digital.
En la medida en que todo ese caudal noticioso que antes quedaba registrado en los medios escritos era instantáneo, evolutivo, superior y complementado por noticias o informaciones suministradas por los usuarios de la vía digital, los periódicos perdieron su monopolio informativo.
Había que mutar hacia otros modelos nuevos que contribuyeran a preservar los contenidos de calidad y profundidad, dejándole el campo libre de las noticias instantáneas a las redes y enfocándose en los elementos periféricos importantes de una realidad.
Como guardianes y sostenedores de la lucha por la democracia y la verdad, su papel ahora cobra más relevancia como fuentes de noticias creíbles y ejes del debate serio y formal de las ideas que verdaderamente enriquecen la capacidad de decisión de los ciudadanos.
Sin perder de vista este valioso activo, los diarios impresos han encontrado un robusto punto de apoyo en sus ediciones digitales para ampliar ese nivel de influencias y aportes al mantenimiento de sociedades libres, pensantes y correctamente informadas.